20 jun 2011

Crónicas desde el éter

De todos es sabido que los fantasmas gustan de los espacios cerrados, cuanto más oscuros mejor; al igual que el teorema de Pitágoras: es cierto, pero nadie sabe por qué.

Curioso, en cuanto morí, me aventuré al aire libre de la mañana, ante la mirada de lástima de algunos espectros y burlona de otros.
Ahora sé que los espíritus somos absolutamente imperceptibles bajo la luz del sol y nos vuelve casi ingrávidos: no podemos asustar a nadie y cualquier soplo nos envía de nalgas a medio arroyo de circulación, donde danzamos por horas —días si es una vía rápida— al ritmo de los autos, cual bolsa plástica de supermercado, hasta un momento de quietud en el que salimos despavoridos a encerrarnos en el primer lugar que hallemos.

Imagen: Paseo de la Reforma. Foto: gremlin.

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