Para LE
“No encuentro ese condenado cubo, ¿dónde habrá quedado?”
pensó con fastidio luego de abrir el último cajón.
“Sólo queda revisar en la bodega”, se dijo con resignación
al recordar el polvo y el montón de cajas que habría que revisar. “Pues de una
vez, antes de que pierda las ganas”.
Buscó la llave y bajó. Al prender la luz, le sorprendió –como
siempre– la cantidad de cosas amontonadas en ese espacio. Respiró hondo y abrió
la primera caja.
Tres horas después, el juguete había sido olvidado, el lugar
estaba intransitable y Mario se hallaba inmerso en los recuerdos. Éstos
cobraban vida uno a uno, sorprendidos con la libertad de este inesperado
indulto saliendo, incrédulos y conmovidos, de sus prisiones de cartón.
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