Esta era una mujer de 45 años de alta posición social, madre de dos hijas y esposa fiel. Primero con renuencia y luego, casi sin darse cuenta, habló, se quejó, se autocompadeció y gritó su dolor y su incapacidad para entender su vida y la de su familia al psiquiatra. Salió de ese consultorio llorando.
Tardó muchos minutos en recuperar la compostura. Pero cuando salió al escenario a agradecer al público junto a sus compañeros, su sonrisa de mujer soltera de 30 años, sin hijos y de clase media, no mostraba ya ni trazas del personaje.
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