El día de hoy todo era oscuro, cuando de súbito, el suelo de la ciénaga se abrió y llenó todo de luz. Vomitó las estrellas que se había tragado, y el mundo pudo volver a su estado original.
El sitio del gremlin
Bienvenidas criaturas relacionadas o no. Minificciones.
3 jul 2021
7 dic 2019
14 may 2017
Rubik
Para LE
“No encuentro ese condenado cubo, ¿dónde habrá quedado?”
pensó con fastidio luego de abrir el último cajón.
“Sólo queda revisar en la bodega”, se dijo con resignación
al recordar el polvo y el montón de cajas que habría que revisar. “Pues de una
vez, antes de que pierda las ganas”.
Buscó la llave y bajó. Al prender la luz, le sorprendió –como
siempre– la cantidad de cosas amontonadas en ese espacio. Respiró hondo y abrió
la primera caja.
Tres horas después, el juguete había sido olvidado, el lugar
estaba intransitable y Mario se hallaba inmerso en los recuerdos. Éstos
cobraban vida uno a uno, sorprendidos con la libertad de este inesperado
indulto saliendo, incrédulos y conmovidos, de sus prisiones de cartón.
30 jul 2016
De experiencias y tesoros escondidos
Para F
Duerme entre olor a papel y polvo. En los escasos momentos
en que lo despiertan, cuando cree que podrá ser útil de nuevo, le invaden la
excitación y la alegría de siempre: esas ganas de aportar su experiencia, de
abrir su alma en los sitios que su cuerpo sabe de memoria que son los más
buscados.
Cuando era joven, fue admirado, consultado, querido y
atesorado; muchos esperaban con paciencia poder nutrirse de su saber. Fueron días
de fiesta y bonanza. Días de sentir que podía ser él mismo y darse a los demás
sin restricciones, de compartir su esencia sabiendo que sería bienvenida,
apreciada, querida.
A últimas fechas, esa emoción se extingue casi de inmediato,
cuando quien lo despertó decide que se equivocó, que hay otros más adecuados a
su búsqueda, o que su cuerpo ya es demasiado viejo para estar a la altura de
los tiempos, y lo cambie por otro que a su juicio sea mejor, o más joven y
actual. Otros ya ni siquiera se molestan en buscarlo.
Antes de que la
depresión lo invada del todo cuando la emoción se apaga, prefiere dormitar de
nuevo, sereno, reposado, tranquilo. Espera que el día que llegue su muerte, ésta
sea algo parecido a este descanso en el tiempo.
Sueña que llega alguien, y ese alguien se emociona al
encontrar dentro de él todo lo que guarda para ser dado a otros, y puede
contemplar de nuevo la emoción en los ojos que lo hacen sentirse joven y vivir otra
vez, muchas veces, todas como si fuera la primera. Alguien que no lo cambiará
por otro…
Nadie sabe si a la larga este viejo libro morirá, o será
honrado y cuidado para siempre, transformado en uno de esos raros ejemplares de
colección.
28 oct 2015
Quién es quién en noviembre
Para Alejandra Lara, que me embarcó en esta aventura de Día de Muertos.
Al atravesar por el mercado de
Azcapotzalco, la actividad lo distrae un poco de su reflexión. Piensa, sin
mucha convicción, que sería agradable pasar una reunión tranquila y sin
conflictos –cosa bastante difícil para cualquier familia tan numerosa–, pero el
aroma de flores, comida y humo de carbón, y los gritos de los vendedores, le
recuerdan que probablemente lo esperen tamales de todos tipos, la barbacoa que
tanto le gusta, atole, mole negro de Oaxaca (tradicional en casa desde que uno
de sus primos se casó con una muchacha de Salina Cruz), y si vino la familia
desde Mérida, frijol con puerco, panuchos y hasta pib, esa especie de tamal tradicional
yucateco. Se le hace agua la boca.
Al llegar, nota que hay
bastante gente ya. Aquellos que llevaron niños, ya los han atendido y enviado a
dormir, y son los primeros en servirse. De fondo, se oyen “Peregrina”, canción
favorita de la abuela Aurora, y bromas acerca de las rimas pegadas en la pared que
aluden a algunos finados, algunos vivos de la casa, y a uno que otro personaje
famoso, y relatan de modo chusco cómo la muerte se los llevó, o bien, fracasó
en hacerlo. Al acercarse a leerlas, nota el esmero y los distintos estilos de
redacción, y juega consigo mismo a adivinar quién escribió cuál.
La ofrenda de muertos es majestuosa: ocupa
toda una pared de la vieja casa de estilo colonial venida a menos, de piso a
techo y de lado a lado. Desborda color en el papel picado con motivos de flores
y pájaros, monjes, carretoneros sombrerudos, parejas de calacas bailando y la clásica catrina de José
Guadalupe Posada, con su hermoso sombrero decorado con flores y plumas. Por
delante del papel picado, enmarcando todo y salpicando aquí y allá, abunda el
cempasúchil, el terciopelo y la nube, que compiten en aroma con todos los
platillos que Alejandro esperaba encontrar (sí llegó la familia meridana), y
que hay tanto para muertos –en la ofrenda– como para vivos –en la estufa y en
la mesa de la cocina–.
Frutas de temporada se mezclan
con alegrías, palanquetas, cocadas y mazapanes en platos de talavera. Tampoco
olvidaron de la calabaza en tacha que Roberto (un primo segundo muy goloso)
acaparará antes de siquiera voltear a ver qué más hay. Es evidente que no
repararon en gastos para hacerla inolvidable. Su belleza, indiscutible, también
radica en lo efímero de su existencia: una vez que se quite, no volverá a haber
nunca otra exactamente igual.
Las fotos de los difuntos se
encuentran todas juntas frente a un espejo. Ahí se pueden observar en el
reflejo, además de varios finados por diversas enfermedades, a los bisabuelos
Canché y a los Carrillo, todos ellos de la península de Yucatán, y que tuvieron
la suerte de morir de viejos; al tío de Coatzacoalcos, que vivía cerca de la
desembocadura del río, y murió en una explosión trabajando en Pemex; a la prima
de Villahermosa, que mataron en un asalto en el que no quedó muy claro si fue
víctima o asaltante, cosa que a nadie le gusta mencionar; a la familia entera (incluyendo
tres niños), que falleció en un accidente de carretera, cuando iban de Matías
Romero a Juchitán durante unas vacaciones de verano, y a Jorge, el mojado que
encontraron muerto en el desierto de Arizona, después de varios días de no
saber de él.
Para éste último es que no
falta el pulque, porque le gustaba mucho. Si uno sabe que murió de sed, lo
menos que se puede hacer es cumplirle un pequeño capricho. Pero también hay
tequila y mezcal para todos, whisky para el abuelo Carrillo, cervezas,
cigarros, rompope y hasta coca colas. Aunque toda la familia es diabética, los
muertos ya no tienen que preocuparse por eso, así sea lo que se llevó a algunos
de ellos al otro lado.
Por supuesto, alguien cuidó
que no faltaran el agua y la sal, y hay mucho pan de muerto (de azúcar, a nadie
le gusta el de ajonjolí). Las mujeres se han preocupado de encender el incienso,
y acomodaron artísticamente las calaveras de azúcar y de chocolate, los
muertitos de papel y cartón, y las calacas de papel maché, algunas de ellas tan
grandes que están vestidas con ropas de verdad, pero con cuidado de que no
queden cerca de tanta veladora, no sea que se incendie la casa y al rato
también sus fotos decoren un altar.
De repente, empieza el
alboroto. La verdad, se había tardado en empezar. Todos saben que Luis es muy
necio cuando se emborracha, y que Ramón y Agustina no pueden verse ni en
pintura, pero en estas reuniones no hay manera de evitar que se junten. Muchos
están ya ebrios, y empiezan a tomar partido, a recriminarse los viejos sucesos de
siempre que dejaron eternos resentimientos, motivo de las mismas repetitivas
discusiones, y que tanto molestan a Alejandro. Pareciera que no hay modo de
evitarlos, como si fueran parte obligada de cada celebración.
Se retira a una esquina, lejos
de los gritos destemplados. Está deprimido. Cuando la muerte lo separó de su
mujer, sintió un dolor tan intenso, tan insoportable, tan arrollador, que pensó
que nunca terminaría. Alejarse así, de improviso y sin despedirse, de quien
siempre consideró el amor de su vida, le quitó las ganas de existir. Poco a
poco fue resolviendo su duelo, pero como todos sabemos, en estas fechas es
inevitable revivir estas cosas y extrañar a los que no podemos abrazar.
De repente, sonríe. Un perfume
conocido lo hizo volver la mirada. Por la puerta entra Amelia para echar un
vistazo y verificar que todo esté en orden. Ella es la razón de que esté aquí. Únicamente
necesita contemplarla un momento, un segundo, para ser dichoso una eternidad. Y
sólo puede hacerlo hoy.
Satisfecho de aromas, borracho
de flores y luz de velas, y feliz con la contemplación de su viuda, deja en su
interminable pleito a todos los demás difuntos y emprende el camino de regreso
a su tumba, en el panteón San Isidro.
15 nov 2014
Filtros
Al principio, la vida fue blanca. Poco a poco, fui captando
el significado de los sonidos, los olores, el tacto y las imagénes, y la vida
se empezó a colorear. Pero cuando aquello empezaba a iluminarse, un ente lo
transformó en gris. El plomizo color dominó mi vida, cada vez más denso,
mientras sufría el rechazo y el desprecio, sin motivo aparente.
El gris se condensó y se transformó en negro profundo cuando
apareció un segundo monstruo en mi vida, que amenazaba todos los días con
devorarme, aplastarme, destruirme..., dependiendo de su humor.
Un día, envuelto en la oscuridad, les hice frente y luego
hui. Pero las nubes que oscurecieron mi cielo no se despejaban. Se me habían
pegado al cuerpo, como la ropa en un día caluroso, como el lodo a los zapatos,
como las telarañas cuando no se ven y acabas atrapado.
Empecé a darme cuenta de que podía quitármelas cuando volví
a ver al peor de los monstruos, y supe que nunca fue tan grande, tan terrible,
ni tan poderoso como yo lo recordaba; lo que sucedió es que yo era pequeño,
indefenso y frágil cuando llegó a mi cosmos.
Con esa visión, busqué dentro de mí, y para mi sorpresa,
encontré un furioso color rojo, que sumado al imponente negro, dominaban cada
aspecto de mi vida, luchando sin sentido contra todo lo demás, sin permitir
nada distinto a ellos. Poco a poco, con mucho esfuerzo, los fui sometiendo,
hasta que entró primero, muy a fuerza, abriéndose camino, el verde; luego
lograron colarse el amarillo y el azul, y finalmente, ya con menor dificultad, casi
todos los demás.
Hoy un monstruo está a punto de morir. Eso no ha agregado,
ni tampoco quitado, luminosidad a mi espectro. Me alegra saber que ya no tienen
poder sobre mí.
Sin embargo, dejaron una cicatriz: nunca, jamás, podrá
entrar en este universo el color rosa.
25 sept 2014
Medidas desesperadas
Las consecuencias son impredecibles, pero el premio del concurso es una cantidad estratosférica. Eso de tener que pescar un cocodrilo moviendo las piernas en el agua, puede calificarse como deporte extremo. |
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